La belleza del vacío y el arte de aburrirse
Hay un gesto radical que pocos se atreven a ensayar: sentarse en silencio, en una habitación vacía, sin hacer nada. No meditar. No visualizar. No respirar “consciente”. Simplemente estar. Sin estímulos, sin objetivos, sin nadie que nos observe ni aplausos que nos validen. Solo el cuerpo, el aliento, y ese mar interior que comienza a agitarse cuando el mundo exterior se apaga.
Es triste —casi trágico— que tengamos que pagar fortunas para huir a islas sin cobertura, cuando el verdadero paraíso está en el acto silencioso de detenernos. Hemos perdido la capacidad de estar con nosotros mismos sin huir despavoridos. Porque el vacío, en esta era de ruido, se ha convertido en enemigo. Y aburrirse… es visto como un fracaso.